30 de abril de 2013

El Error




Si uno se vistiera de poeta, o pretendiera responder a un espíritu artístico, diría que los errores son como el fuego o como el dios Loki: en su naturaleza son destructivos, pero bien aplicados son recursos muy poderosos. En el caso del error, lo primero que podemos decir es que es la puerta para una oportunidad de mejora, y qué sentido tiene la vida si uno no busca mejorarse todo el tiempo.

Veamos un par de ejemplos de errores antológicos, errores de emperadores, de dioses y de genios:

Apenas finalizada la creación el mundo, Dios se disponía a descansar cuando se dió cuenta de que había cometido un error: se había olvidado de poner arena en el mundo. También se dió cuenta de que la arena sería muy útil para las playas, para las construcciones y para medir el tiempo, por lo que llamó al arcángel Gabriel, le dio una bolsa anorme de arena y le encargó que la desparramara por el mundo.
El Diablo, que siempre está atento a sacar provecho este tipo de situaciones, siguió en secreto a Gabriel y, sin que se diera cuenta, agujereó la bolsa en la que llevaba la arena. Esto sucedió mientras el arcángel pasaba por lo que es hoy Arabia, y por eso nueve décimas partes de aquel país quedó tapado de arena.
Habiendo notado este desastre, Dios resolvió compensar a los árabes dándoles un cielo estrellado y la habilidad de moldear la palabra así como otros pueblos moldean el metal. Dice el proverbio: Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, y los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones felices que cabe desearlos.


Todos reconocemos la genialidad de Leonardo Da Vinci en sus obras artísticas y científicas, hasta se festejó (de manera un poco torpe) su habilidad para crear códigos, símbolos y acertijos. Pero lo que pocos saben es que el viejo Leonardo quería, más que nada en el mundo, ser cocinero (ahora que estamos solos: fue Da Vinci quien inventó el uso de la servilleta y el tenedor tal como se los conoce hoy).
Su protector, Ludovico Sforza, lo dejaba hacer y deshacer en la cocina lo que quisiera, y hasta le regaló un casteleto para que abriera una taberna, cocinara para el público y lo dejara un poco en paz, ya que estaba.
Sucedió que para uno de los cumpleaños de Ludovico, Leonardo quiso agasajarlo con gran pompa culinaria y no se le ocurrió mejor idea que hacer una torta tan grande que se pudiera hacer la fiesta adentro. Es decir: mandó a hacer unos ladrillos de bizcocho y confituras, y construyó con estos ladrillos una especie de salón de fiestas, para que a la hora de comer la torta la gente no tuviera más que emprenderla a mordiscones con las paredes.
Lo que Leonardo no calculó es que tanto dulce junto era un imán para los bichos, y asi sucedió: en el medio de la fiesta la gente tuvo que salir rajando espantada por un ejército de ratas, pájaros y demás batracios que invadieron el salón-torta.
Este desastre y varios otros hicieron que Ludovico alentara a Leonardo a dejar la cocina, y a dedicarse más a la ciencia y a las artes.



En Bohemia, en el año 1809, los tres hombres más poderosos de Europa: Napoleón Boanaparte, el Zar Alejandro y el Emperador de Austria Francisco II , se juntaron en una expedición de cacería. En cierto momento de la tarde los tres líderes se separaron del resto y decidieron parar a descansar en una casa que encontraron en el medio del bosque. El dueño de la casa, un leñador que ha quedado anónimo, los recibió y los atendió con cortesía; pero cuando preguntó quiénes eran los señores y recibió como respuesta semejantes nombres y títulos, le pareció que le estaban tomando el pelo. No les creyó, pero no dijo nada.
Al rato alguien golpeó la puerta: era un vecino y amigo del leñador. Al hacerlo pasar, el leñador les indicó a los tres reyes que debían reverenciar al recién llegado, ya que era el mismísimo Emperador de la China. Napoleón Bonaparte, Alejandro Romanoff y Francisco Segundo entendieron lo que pasaba y en vez de empezar a los gritos y a las patadas, le siguieron la corriente al leñador y saludaron con grandes reverencias al recién llegado vecino.
Unos minutos después volvieron a golpear la puerta. Esta vez el leñador se encontró con la crema de la guardia imperial que buscaban a los señores emperadores de Francia, de Rusia y de Austria. El leñador comprendió que había cometido un gran error y se tiró al piso entre llantos y pidiendo perdón, pero los tres muchachos más cogotudos de Europa se rieron, agradecieron la hospitalidad y se las tomaron lo más piola.



Ustedes me dirán que estos errores son encantadores porque se trata de Dios, de Da Vinci y de unos Emperadores, y que los errores de los simples mortales son molestos y contraproducentes, cuando no aburridos. Y tienen razón. Pero siendo yo mismo un error de mis padres (querían un niñito rubio y adorable), no puedo menos que defender las naturalezas erróneas y ponerme del lado de los equivocados. 

Que ustedes hayan llegado hasta aquí también se debe a un error y no puedo menos que agradecerlo.

Nasnoches.

5 de abril de 2013

La Verdad, la Percepción y la Mentira


Allá por mil quinientos años antes del advenimiendo del Cristo los brahamanes védicos se dieron cuenta de que lo que se ve con los ojos es mentira y que es necesaria la apertura de un tercer ojo para percibir las cosas como son. Este tercer ojo, esta percepción aumentada, estaba ayudada por el uso de soma, un potente té alucinógeno que era considerado un dios en sí mismo - muchas creencias más o menos piolas usaron las drogas como medio de comunicación con los dioses, incluso el Cristo recomendaba el tinto como su propia sangre.
Muchos años más tarde el genial Aldous Huxley nos decía que si abriésemos las puertas de la percepción veríamos todo como realmente es: infinito. Después el gilastrún de Jim Morrison usó este pensamiento como excusa para drogarse y para ponerle nombre a su banda.


Pero volvamos: la idea de que no tenemos una percepción precisa de la realidad no es para nada nueva; de hecho, es una de las ideas más viejas que hay. Sabemos que lo que vemos, por ejemplo, no es del todo verdad: el horizonte no es plano, los colores son sólo frecuencias de onda, algunas de las estrellas que aún vemos a lo mejor ya no existen.
¿Cómo saber, entonces qué es verdadero? Algunos, en esa búsqueda, llegaron al extremo de dar todo por falso o arrancarse los ojos para no perturbar la inteligencia con falsedades. A lo mejor lo que haya que buscar es otra pregunta: ¿de qué nos sirve saber cuál es la verdad?, o mejor: ¿es posible conocer la verdadera naturaleza de las cosas?
Empecemos diciendo que lo que llamamos vulgarmente verdad es una serie de convenciones que usamos para sentirnos cómodos, pero la verdad última, la inconcebible realidad, parece estar detrás de un umbral que no podemos atravesar y al que sólo nos podemos ir acercando infinitamente pero sin llegar, como la flecha del viejo Zenon de Elea.


De aquel brahamanismo védico surgieron dos grandes religiones, una de ellas es el budismo y es la que nos dice que el camino a la verdad no es uno, si no varios y que aquella verdad a la que queremos llegar está
dentro de uno. Es decir que no es necesario arrancarse los ojos, si no mirar pa´dentro.
Esta idea está muy bien y es la que más me gusta.

Ojo, no es cuestión ahora de usar la idea de que nada es completamente verdadero como excusa y mentir descaradamente: sepamos que esas convenciones de las que hablamos antes son muy útiles, permiten la vida en zoociedad y ayudan a mantener cierta justicia. Sepamos también que mentir con el fin de obtener ventajas sobre otros es cosa de canallas.

Hay que usar la falsedad bellamente, y para eso, me parece, está el arte.

Buenas noches.

The Banshees of Inisherin

Recién sacadita del  horno, esta flor de película es un deleite de profundidad y emoción en medio de tanto rayo láser, músculo en lycra bril...