Como es creencia de los que perpetran este blog que todos los que llegan aquí lo hacen más por extravío que por interés, vamos a festejar la llegada de los incautos hablando un poco de laberintos. También para terminar de cerrar este homenaje permanente al viejo Borges, que tanto le gustaban.
Aunque los primeros documentos de laberintos son (cuándo no) dibujos egipcios mucho más antiguos, el nombre laberinto (del griego labýrinzos) proviene del que probablemente sea el más famoso de la antigüedad clásica: el laberinto de Creta, aquél que construyó Dédalo a pedido del Rey Minos para encerrar allí a su monstruoso hijo Minotauro, y luego al mismo Dédalo (junto con su hijo Ícaro). Se cree que el mito del laberinto de Creta fue inspirado por el palacio de Cnossos, donde vivía Minos. Cuando los aqueos llegaron y se encontraron con una construcción tan sofisticada e intrincada, que incluía maravillas tales como un sistema de alcantarillas, se deben haber sentido un poco extraviados; habían en el palacio muchos dibujos de hachas de doble filo, que en griego se llaman labrys, por lo que el nombre y la extraña distribución del palacio derivaron naturalmente en la idea de laberinto actual.
Minos, Dédalo, Pasifae y el Minotauro
Por resistente que el lector haya sido a la mitología griega, seguramente conoce el mito del laberinto de Creta y del Minotaruro. De todos modos, este viejo amigo de todos ustedes no se va a resistir a la tentación de volverlo a contar aquí de una manera más bien básica y elemental:
El rey Minos de Creta le debía un favor a Posidón, el dios de los océanos, y había quedado en sacrificarle un toro; para tal fin, el mismo Posidón hizo surgir del mar un toro blanco que era una belleza. Pero a Minos le gustó demasiado el toro blanco, y se lo guardó para sí, usando luego para el sacrificio un toro cualunque de su rebaño. A Posidón no le gustó la sustitución y en venganza hizo que la esposa de Minos, la señora Pasifae, se enamorara de aquél toro blanco de forma patológica. Tanto era el amor que la mujer sentía por el toro, que llamó al inventor oficial del reino - nuestro amigo Dédalo - y le pidió que le construyera un disfraz de vaca. Asi hizo Dédalo y así pudo la loca Pasifae seducir al toro blanco y consumar su amor, por decirlo de alguna manera. De esa unión nació el Minotauro, un monstruo con cuerpo humano y cabeza de toro.
Horrorizado Minos por ese hijo mostruoso (bueno, no era su hijo en realidad, si no de Pasifae y del toro, así es como luego dicen que los únicos sobrinos son los hijos de la hermana...) hizo que el propio Dédalo construyera un laberinto para encerrar allí al Minotaruto, y alimentarlo, cada nueve años, con nueve doncellas y nueve mancebos aqueos. Cansados los aqueos de proveer el alimento para el bicho, mandaron entre los mancebos a Teseo, un héroe que ayudado por Ariadna (media hermana del Minotauro) y un ovillo de hilo, pudo entrar en el laberinto, matar al Minotauro y obviamente volver a salir.
Muerto el Minotauro, el viejo Minos redcordó que tenía en la frente un bonito par de cuernos, por lo que usó el laberinto para encerrar en castigo a Dédalo y a su hijo Ícaro ya que estaba.
Borges en La Casa de Asterión y Julio Cortázar en Los Reyes escribieron sus versiones de este mito con unos giros muy (pero muy) interesantes que resignifican todo el sentido del mito sin modificar los hechos. Es recomendación de este calavera que busquen esos cuentos y los lean; ambos son cortos, muy entretenidos y bellísimos. Uno de mis chicos, a sus diez años, lloró conmovido después de leer La Casa de Asterión.